julio 24, 2010

El dolor del río

Hace sólo unas semanas colapsó un dique con relave de la minera Caudalosa Chica, en la provincia de Angaraes, Departamento peruano de Huancavelica.
Unos 22 mil metros cúbicos de relave –barro envenenado con químicos– cayeron al río Opamayo y llegaron al curso de varios otros ríos y quebradas que se desplazan hacia el gran río Urubamba.
No sólo han muerto miles y miles de truchas sino que están sufriendo las comunidades y centenares de chacras, pájaros, plantas. Todo.
No es el cianuro lo que mata: mata quien comete estos “descuidos” que por lo demás ya habían sido anunciados.
Ahí no han dicho nada quienes sí dicen mucho cuando se trata de satanizar a quienes defienden la tierra. Pero ya han anunciado que formarán una “Comisión investigadora” y que se “evalúan sanciones”.
¿Qué multa puede alcanzar la magia creadora de la tierra, su primordial textura?Qué burócrata se pondrá en la posición del río?
Hace ya mucho el poeta Javier Heraud develaba esa voz que ahora sufre:
Yo soy un río.
Yo soy el río
eterno
de la dicha.
Ya siento
las brisas cercanas,
ya siento el viento
en mis mejillas,
y mi viaje a través
de montes, ríos,
lagos y praderas
se torna inacabable.

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